viernes, 30 de octubre de 2015

LA CASA DE ARAMBERRI (Crónica)

Nuestro pueblo es muy dado a las supersticiones, a los cuentos y leyendas. Es por eso que al tomar actualidad el relato del crimen de la calle Aramberri, cometido en abril de 1993, en que fueron masacradas dos mujeres, madre e hija, por cuatro depravados sujetos que convirtieron el lugar en una espantosa carnicería, la gente comienza a ser presa de la curiosidad o morbo  y no falta quienes se acerquen a la vieja casona a encender veladoras; algunos toman fotografías y creen ver imágenes de ultratumba en forma de calaveras. ¿Miedo? un poco...

Pase por allí hace unos cuantos días a media mañana, en plena luz del día, la vetusta construcción de sillar a punto de caerse está cercado con malla metálica para evitar la entrada de curiosos a quienes puede caerles encima una pared o techo. Afuera de la casona, en la banqueta, había aproximadamente una decena de jóvenes estudiantes con su acostumbrada mochila colgada de los hombros sobre la espalda. Estos muchachos curioseaban asomándose por puertas y ventanas con la esperanza de oír o ver algo.
Son tantas las patrañas de la gente que todavía cree en fantasmas y aparecidos, que unas personas se imaginan escuchar gritos y lamentos de las mujeres moribundas; otras creen ver sombras y bultos que se mueven deambulando por el interior de la casa, dicen que son las almas en pena.
Hace más de 60 años de que fueron cometidos esos asesinatos, los cuerpos de las victimas ya quedaron convertidos en polvo en el fondo de sus sepulturas, que quien sabe donde están o en que panteón quedarían, así que de allí no pueden salir físicamente para andar rondando por las habitaciones de la casa haciendo ruidos misteriosos para asustar a los vecinos. Sus espíritus, para los creyentes, no han muerto, pues el alma es inmortal, pero también el espíritu es algo inmaterial y como tal, no hace ruido, no proyecta sombra ni se puede ver. Así las cosas, lo mejor es dejar descansar en paz a las almas de estas dos pobres mujeres que murieron asesinadas por unos perversos sujetos hace ya más de 60 años, para que también puedan encontrar tranquilidad los vecinos de esa casona de Aramberri entre Diego de Montemayor y Doblado.

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